Más que una partida de ajedrez: La geopolítica ante la segunda gestión presidencial de Donald Trump 

Escrito por David Prado Cervera***

El sistema bipartidista estadounidense es ideológicamente de derecha (right-wing). Sin embargo, más allá de las diferencias regionales y nacionales que representan el partido Demócrata (liberal) y el Republicano (conservador), es fundamental considerar que cada elección presidencial en Estados Unidos genera cambios en el “tablero mundial”, especialmente en escenarios tan críticos como el actual. Sin embargo, en la actualidad, más allá de la partidocracia, destaca la figura de Donald Trump, un outsider muy diferente a Hugo Chávez o Evo Morales. Este término se refiere a actores políticos ajenos a la política tradicional de sus países: Chávez era militar y Morales, líder de un movimiento indigenista. Trump, en cambio, es un excéntrico empresario multimillonario que irrumpió en la política hace poco más de una década, convirtiéndose en el «hombre más poderoso del mundo».

Una pregunta simple ante un asunto complejo es ¿qué sucedería en Ucrania si Kamala Harris hubiera ganado en las últimas elecciones? ¿se mencionaría en medios de comunicación, de un posible triunfo de Rusia un gobierno demócrata así como se especuló con el regreso de Trump? La polarización de los resultados electorales estadounidenses tiene un impacto global profundo. Sin embargo, los fenómenos globales no pueden explicarse en términos absolutos de blanco y negro, sino dentro de una escala de grises. 

Es interesante lo que representa la maquinaria política trumpiana. Su base social está conformada por sectores conservadores, cristianos protestantes, defensores del uso de armas, de las energías fósiles, así como opositores de la agenda woke, así como grupos y organizaciones antiinmigrantes y antiambientalistas. Estas políticas son impulsadas tanto por razones socio-electorales (apelando a valores culturales y religiosos del American pride) como por intereses económicos (apoyo a empresas industriales nacionales, energías fósiles, entre otras). 

En el ámbito internacional, Trump adopta una política disruptiva hacia los países que considera “dependientes” de los recursos económicos y militares de Estados Unidos, particularmente en Europa Occidental. Su política exterior busca implementar medidas proteccionistas y “antiglobalistas» con el objetivo de fortalecer la economía y las finanzas estadounidenses (aspectos que se han debilitado desde la caída de la Unión Soviética). La Unión Europa ha experimentado un debilitamiento tanto económico como político a nivel global por seguir a Estados Unidos en sus decisiones en la política internacional los últimos años. Decisiones como el apoyo a Ucrania y la expulsión de Rusia del mercado energético europeo, han dejado a los países europeos dependientes del suministro de gas natural y petróleo crudo en manos de los Estados Unidos o de fuentes alternas como la India. Esto ha resultado más costoso para los países de la UE, como lo demuestra un análisis del Center for the Study of Democracy, que señala que, de enero a agosto del 2024, la UE compró combustible de tres grandes refinerías indias que trabajan crudo ruso, pagando casi un 20% más que el año pasado. A su vez, es interesante observar la ausencia de una figura líder de la comunidad europea ante las nuevas potencias emergentes del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Aunque figuras como Emmanuel Macron han ganado visibilidad, su popularidad no necesariamente es positiva ni comparable con el liderazgo que en su momento ejerció la excanciller alemana Ángela Merkel. 

Foto de la reunión del G-7 en 2017, durante la primera gestión de Donald Trump. Los líderes, incluidos Trump, Angela Merkel, Emmanuel Macron y Theresa May, interactúan en un ambiente formal en Taormina, Italia, reflejando las tensiones y diferencias de liderazgo del momento. Ahora Trump vuelve en un contexto y con distintos líderes.

Durante su primera gestión, Donald Trump buscó acercarse a Rusia y tomar distancia con China. La lógica detrás de esta estrategia radica en dividir el poder del hemisferio oriental entre dos potencias rivales, lo que permitiría a los Estados Unidos fortalecerse en el hemisferio occidental ganando un aliado del otro lado del mundo.  Este enfoque expansionista incluye propuestas como la anexión de Canadá como el 51º estado de la federación estadounidense, la compra de  Groenlandia a Dinamarca (propuesta de Trump rechazada por el gobierno danés el 2019), la recuperación del control del Canal de Panamá como espacio de ruta marítima estratégica, incluso del renombramiento del Golfo de México llamándolo el Golfo de América (haciendo referencia a Estados Unidos, no al continente americano per se), en un intento por reforzar la hegemonía estadounidense en la región y a nivel global. 

Groenlandia tiene un valor estratégico considerable para Estados Unidos debido a su ubicación geográfica, sus recursos naturales y las bases militares estadounidenses instaladas desde 1951 para prevenir amenazas de otros países. Irónicamente, hoy es EE.UU. quien amenaza el territorio danés. De consolidarse este control, se reforzaría la influencia estadounidense en las rutas marítimas del Ártico, una región que ha ganado relevancia como consecuencia del deshielo polar y la consiguiente apertura de nuevas rutas comerciales.

A su vez, la mención de anexar a Canadá a los Estados Unidos, país con una población de 40.1 millones que cuenta con más del 70% de su población concentrada en la frontera con Estados Unidos, no es la primera vez que se discutiría en la política estadounidense. Además, su territorio alberga una de las mayores reservas hídricas del mundo, un recurso estratégico en el contexto de cambio climático y la creciente escasez de agua a nivel global. Este tipo de propuestas de políticas expansionistas reflejan el interés estadounidense de adaptarse ante un escenario global, con el fin principal de no ceder el puesto de país hegemónico que busca mantener, tanto para fortalecer su influencia en el continente americano como en el mundo.

Aún antes de tomar protesta, Trump ya ha dejado en claro su interés de expandir a los Estados Unidos en territorios estratégicos, tanto en términos económicos como militares. Históricamente, las segundas gestiones de los presidentes estadounidenses se caracterizan por la adopción de medidas más radicales. Por ejemplo, el caso de George W. Bush en Iraq, si bien la guerra dio inicio el 2003, a partir del 2005 se mostró una mayor brutalidad en la guerra “preventiva”. De la misma forma, en la segunda gestión de Barack Obama –en lucha contra el Estado Islámico– fue también notorio, el incremento en la cantidad de civiles asesinados. La organización Iraq Body Count, señala que los años 2005, 2006 y 2007 así como 2014, 2015 y 2016 fueron los años con más muertes de iraquíes civiles, precisamente durante los segundos periodos presidenciales. 

Elaboración propia. Gráfico estadístico sobre la cantidad de muertes de iraquíes civiles por parte de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos (2003-2016) entre los gobiernos de George W. Bush (2000-2008) y Barack Obama (2008-2016). Creado con base en RStudio (Iraq Body Count, 2025).

Un aspecto más regional es la actual situación de Venezuela, ya que es muy distinta a la que tenía en 2016, esto en alusión a los inicios de gestiones presidenciales de Trump. En ese año, Rusia brindó un respaldo crucial al gobierno de Maduro ante la crisis política interna, mientras que China realizaba inversiones millonarias en el país bolivariano, superando los 60,000 millones de dólares en préstamos. Sin embargo, más que una muestra de confianza, estos préstamos respondían a una apuesta estratégica de China para asegurar el pago de sus inversiones y garantizar su acceso a vastos recursos energéticos de Venezuela. 

 Rusia, China e Irán, consideradas como tres países que amenazan los intereses de Estados Unidos en la región latinoamericana –en palabras textuales del Comando Sur (US. Southern Command)– , fueron en su momento factores clave para que Nicolás Maduro prevaleciera en el régimen. Sin embargo, en la actualidad, en el retorno de Trump a la Casa Blanca, Rusia viene desgastada de una guerra con Ucrania, considerada como proxy en vinculación con la OTAN, hecho que representa un debilitamiento de su capacidad para proyectar influencia en América Latina. 

China enfrenta una crisis interna, marcada por una desaceleración económica, junto con tensiones tecnológicas con Estados Unidos y aranceles con la Unión Europea, a la par de su creciente dependencia a Rusia. La política exterior de Pekín se verá condicionada por la competencia con Washington, especialmente en lo tecnológico, aunado a los posibles conflictos entre países del Medio Oriente que afectan sus intereses energéticos, ya que Irán es la primera fuente de petróleo del Gigante Asiático problemática de suma importancia al ser el mayor consumidor de energía en el mundo. Esto deja en segundo término las acciones con Venezuela, posponiendo la implementación de políticas chinas en Venezuela. 

La reciente caída del régimen de Bashar Al-Assad en Siria ha alterado significativamente el equilibrio geopolítico en Medio Oriente, afectando a la “luna musulmana” (alianza estratégica de países musulmanes, liderados por Irán, para expandir su influencia en Medio Oriente, contrarrestando a potencias occidentales) como a los intereses estratégicos del Kremlin.  Irán que había consolidado una influencia en Siria a través del régimen de Assad, actualmente con la caída del gobierno en Siria, los intereses del régimen iraní son afectados en su región. A esto se suma la crisis humanitaria en Palestina –agravada por el genocidio del Estado de Israel–, lo que implica que la atención del Teherán se desplace a temas más cercanos y urgentes, dejando a Venezuela un poco de lado. 

Ante este escenario global, posiblemente sea cuestión de tiempo para que Trump pueda influir en la política interna de Venezuela sin que haya un país externo aliado de Nicolás Maduro como lo hubo en el primer término trumpista. Y en medio de este tablero global ¿dónde queda México? ¿qué impactos tendrán las políticas de Make America Great Again sobre el país? 

En Latinoamérica, el tablero será distinto para cada país, ya que, aunque la región comparte muchas características sociales y políticas en común, las posturas ante Estados Unidos como aliado o como un país imperialista demarca en gran medida el tipo de relación entre los distintos países y la potencia estadounidense. Por esto, es crucial que México mantenga una política exterior en continua vigilancia a los distintos fenómenos mundiales, estar consciente de cómo las piezas del ajedrez global se reconfiguran ante los movimientos de las potencias como Rusia, China y su vecino del norte, Estados Unidos. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, no fue invitada a la toma de protesta de Donald Trump el 20 de enero a diferencia de presidentes como Javier Milei de Argentina, Daniel Noboa de Ecuador (nacido en Miami, FL) y Nayib Bukele por parte de El Salvador, quienes muestran ser más cercanos a Trump desde sus políticas económicas, ideológicas y personales. 

El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos no solo representa un cambio en la política interna de un país, sino que también tiene implicaciones profundas en el tablero geopolítico global. Su enfoque disruptivo, proteccionista y expansionista redefine las relaciones internacionales, especialmente en un contexto marcado por la polarización, la competencia entre potencias y la reconfiguración de alianzas estratégicas. La política exterior de Trump, centrada en fortalecer la hegemonía estadounidense, impacta directamente en regiones clave como Europa, Asia y América Latina, donde las dinámicas de poder están en constante evolución.

En Europa, la dependencia energética y la falta de un liderazgo sólido han dejado a la Unión Europea en una posición vulnerable, mientras que en Asia, la rivalidad entre Estados Unidos y China se intensifica, con implicaciones tecnológicas, económicas y militares. En América Latina, el debilitamiento de actores como Rusia y China, sumado a las crisis internas que enfrentan, podría abrir espacio para una mayor influencia estadounidense en la región, particularmente en países como Venezuela, donde el apoyo externo al régimen de Maduro se ha visto reducido.

Sin embargo, el caso de México resulta particularmente relevante. Como vecino directo de Estados Unidos, México se encuentra en una posición delicada frente a las políticas de Trump, especialmente en temas como el T-MEC, la migración, la seguridad y el narcotráfico. La ausencia de la presidenta Claudia Sheinbaum en la toma de protesta de Trump sugiere una relación más distante en comparación con otros líderes latinoamericanos que han mostrado mayor afinidad con el mandatario estadounidense. Esto plantea interrogantes cruciales: ¿cómo afectará la política de «Make America Great Again» a México? ¿Qué implicaciones tendría una declaración de Trump sobre el narcotráfico como terrorismo? ¿Actuará Estados Unidos de manera unilateral o buscará coordinación con el gobierno mexicano?

Resulta inevitable preguntarse, en medio de este tablero global, cómo México navegará estas aguas turbulentas. La diplomacia mexicana debe estar preparada no solo para reaccionar a los cambios, sino también para anticipar escenarios futuros, protegiendo sus intereses estratégicos y económicos en un entorno cada vez más complejo y competitivo. La geopolítica actual exige una visión clara y proactiva, especialmente en una región donde las tensiones y las oportunidades coexisten en un delicado equilibrio. México, como pieza clave en este ajedrez global, debe jugar sus movimientos con precisión y audacia para asegurar su posición en el mundo del siglo XXI.

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