¿Trumpkraine? El acuerdo entre Trump y Putin sin Zelensky. La configuración de un mundo tripolar.

Escrito por David Prado Cervera

El replanteamiento geopolítico de las estrategias en la política exterior estadounidense ante cambios en el Orden Mundial: Ascendencia de Rusia y China como potencias.

Una metáfora política que ha ganado popularidad entre internacionalistas., atribuida a Antony Blinken, ex Secretario de Estado durante la administración de Joe Biden — «Si no estás en la mesa en el sistema internacional, serás parte del menú» («if you’re not at the table in the international system, you’re going to be on the menu«) — pronunciada el 2022 sobre el estatus que tenía Estados Unidos ante China, resume la lógica implacable del poder global. Pronunciada en 2022 para reafirmar la hegemonía estadounidense frente a China, hoy adquiere un significado distinto bajo el segundo mandato de Donald Trump. Su origen, aunque debatido —desde discursos de  Elizabeth Warren (2017), quien lo contextualizó sobre  grupos minoritarios -como las mujeres- en el congreso estadounidense—, refleja una constante histórica: la política internacional es un juego de suma cero.

Esta expresión cobra relevancia en un contexto donde las reglas del juego geopolítico han cambiado significativamente en las últimas semanas, tras la segunda toma de protesta presidencial de Donald Trump. Uno de los ejemplos más destacados de este reajuste es la situación de Ucrania y la Unión Europea frente a la nueva postura política de los Estados Unidos respecto a la Federación Rusa, reflejando los diversos cambios estratégicos que definen la política exterior estadounidense en la actualidad.

Bajo la gestión de Antony Blinken, la diplomacia estadounidense priorizó el multilateralismo como herramienta de contención frente a Rusia y China. Proporcionó una rápida difusión de inteligencia para desmentir las narrativas bélicas de Putin en 2022, mantuvo una coordinación con la UE para sancionar a Moscú y la incorporación de Finlandia y Suecia a la OTAN fueron pilares de una estrategia basada en la construcción de confianza entre los aliados occidentales. Hoy, ese legado se ha desechado.

Donald Trump no solo suspendió la entrega de inteligencia crítica a Ucrania tras su enfrentamiento con Zelenski, sino que cuestionó abiertamente el papel de la OTAN, calificándola de “obsoleta” y condicionando su apoyo a aumentos de gasto militar por parte de Europa. “Yo digo que si no van a pagar, no vamos a defender… si no van a pagar sus cuentas, no los vamos a defender” I said if you’re not going to pay, we’re not going to defend… if you’re not going to pay your bills, we’re not going to defend you”).

Acorde con Ian Bremmer, politólogo especialista en temas internacionales, principalmente de Eurasia, publicó en su cuenta de X: «Llamar a Zelensky dictador e intentar forzar una elección en Ucrania durante la época de guerra, solo apunta a la agenda de Putin«. Además, señala que «Los Estados Unidos se han tornado la mayor fuente de incertidumbre geopolítica a nivel mundial» bajo la política externa en la gestión presidencial de Donald Trump.

El encuentro entre los mandatarios de Ucrania (izquierda) y de Estados Unidos (derecha) terminó en un encuentro polémico en la Oficina Oval sin precedentes históricos.

El mundo ya no gira en torno a una hegemonía clara, sino a una competencia feroz entre potencias con intereses divergentes. La guerra en Ucrania, la expansión de los BRICS, la relación asimétrica entre Rusia y China y su vinculación con los Estados Unidos, y la incertidumbre en Europa ante la nueva postura estadounidense, reflejan un tablero donde nadie tiene asegurado su asiento. En este contexto, la frase “estar en la mesa o ser parte del menú” no solo es una advertencia, sino una invitación a replantear estrategias: no basta con querer participar, hay que saber jugar el juego del poder.

Esto fortalece la teoría de estar ante un escenario tripolar. Puede señalarse que la política externa estadounidense es un factor clave en el desarrollo de un multipolarismo global, ya que de haber seguido con la política de Joe Biden, con la ex candidata Kamala Harris, es posible que los BRICS hubiesen unificado más fuerzas. Sin embargo, es importante revisar los intereses señalados en reuniones presidenciales, sobre las agendas globales de Estados Unidos y Rusia.

Acorde con Dylan Motin, politólogo de la Universidad Nacional de Kangwon en Corea del Sur, un mundo tripolar, caracterizado por tres grandes potencias (actualmente Estados Unidos, China y Rusia), presenta desafíos únicos y amenazas significativas para la estabilidad global. Según el análisis histórico, los sistemas tripolares son inherentemente inestables y más propensos a conflictos que los bipolares o multipolares. La lógica estructural impulsa a las dos potencias más débiles a aliarse contra la dominante para evitar desequilibrios, como se observa en la alianza sino-rusa frente a Estados Unidos. Sin embargo, esta dinámica genera tensión constante, ya que cualquier fluctuación de poder puede desencadenar guerras centrales —conflictos que involucran a todas las grandes potencias— con mayor frecuencia (cada 19 años en casos históricos). Además, el colapso repentino de un polo incentivaría a los otros dos a competir por sus recursos, exacerbando la inestabilidad.

Los principales desafíos incluyen la gestión de acuerdos multilaterales, como el control de armamentos, ya que coordinar intereses entre tres potencias con prioridades divergentes resulta complejo. Ejemplo de ello es el deterioro de tratados nucleares (INF, START) y el resurgimiento de carreras armamentísticas, especialmente en tecnología nuclear, por temor a quedar en desventaja frente a múltiples rivales. Geopolíticamente, la tripolaridad actual se complica por la concentración de Rusia en Europa —a pesar de su vecindad con China— y el enfoque chino en contrarrestar a Estados Unidos en el Indo-Pacífico. Esto refleja que las amenazas percibidas dependen de capacidades militares terrestres y proximidad geográfica, no solo de poder económico.

Las amenazas clave radican en la volatilidad de alianzas y la escalada de conflictos regionales (como Ucrania o Taiwán) a guerras sistémicas. La dependencia de estrategias de distracción —como el apoyo chino a Rusia en Ucrania para debilitar a EE.UU.— aumenta el riesgo de confrontaciones indirectas. En resumen, la tripolaridad actual exige manejar una diplomacia fragmentada, prevenir carreras armamentísticas y anticipar colapsos que, lejos de equilibrar el sistema, podrían acelerar su transformación hacia bipolaridad o unipolaridad, con consecuencias imprevisibles.

La ubicación de Rusia como principal proveedor de China, la relación rota con una Europa debilitada y dependiente de energía, y la cercanía con Estados Unidos tras la llegada de Trump reconfiguran el tablero global de una manera que pocos habrían anticipado. Con una Casa Blanca que ha dejado clara su intención de redefinir alianzas, la Unión Europea se enfrenta a una encrucijada: mantener su postura alineada con Washington, a pesar de la evidente fragilidad de la relación, o buscar alternativas que le permitan reducir su vulnerabilidad geográfica -ante Rusia y Medio Oriente-, económica y energéticamente.

Por su parte, China observa atentamente el nuevo escenario. Con Rusia dependiendo cada vez más de su mercado para sostener su economía en medio de las sanciones occidentales, Beijing tiene en sus manos la capacidad de inclinar la balanza. No se trata solo de comercio energético, sino de un reajuste de poder donde Moscú pierde margen de maniobra y se ve forzado a aceptar los términos de su socio asiático.

El regreso de Trump a la presidencia introduce un elemento de volatilidad que afecta a todos los actores. Si algo ha quedado claro en los primeros meses de su nueva administración es que las decisiones de Washington ya no buscan estabilidad, sino una ventaja estratégica inmediata para el Estado nortemericano. Esto deja a sus aliados y rivales en una constante recalibración, sin certezas sobre cuáles serán los próximos movimientos de la potencia que, paradójicamente, se ha convertido en el principal factor de imprevisibilidad global.

Las declaraciones de Trump sobre la guerra de Ucrania han provocado indignación entre los aliados europeos, quienes temen que su posible regreso a la Casa Blanca debilite aún más el respaldo a Ucrania y reconfigure el equilibrio geopolítico en favor de Rusia. Zelenski, por su parte, ha acusado a Trump de difundir desinformación que favorece la propaganda del Kremlin y mina la resistencia ucraniana. La incertidumbre sobre el futuro de la política exterior estadounidense deja a Kiev en una situación delicada, con la necesidad de garantizar el apoyo occidental mientras enfrenta una guerra de desgaste contra Moscú.

Con base en EuroVerify, la guerra contra Rusia está pasando factura al gobierno de Zelenski. Acorde con el presidente ucraniano, la resistencia de Ucrania ha sido posible gracias al apoyo de Occidente, pero este respaldo ha padecido de giros políticos con el ascenso de Donald Trump y su postura frente al conflicto. Trump ha afirmado que la guerra en Ucrania es un problema europeo y ha puesto en duda el compromiso de Estados Unidos con Kiev. Trump también alegó que Estados Unidos ha proporcionado una cantidad desproporcionada de ayuda económica y militar a Ucrania, asegurando que el país ha donado 350.000 millones de dólares, 200.000 millones más que Europa. No obstante, datos del Instituto de Economía Mundial de Kiel indican que la ayuda de la UE y sus estados miembros asciende a 132.300 millones de euros, superando la contribución estadounidense de 114.200 millones de euros. Además, la mayor parte de la ayuda militar de EE.UU. no llega directamente a Ucrania en efectivo, sino que se destina a la compra de armamento y equipos en fábricas estadounidenses.

En este contexto, la narrativa de «estar en la mesa o ser parte del menú» cobra un nuevo significado. Con una Europa debilitada y un Washington impredecible, Ucrania se enfrenta al desafío de asegurar su posición en el tablero geopolítico global antes de que su destino sea decidido por otros actores.

Esto a la par de que durante la última semana, también se ha mencionado desde Washington sobre el mal manejo que ha tenido Dinamarca sobre Groenlandia. Desde esta perspectiva, el interés de Trump en Groenlandia y la respuesta de Rusia no son episodios marginales, sino expresiones de una competencia geopolítica más amplia. Lo que ocurre en el Ártico se conecta directamente con otros escenarios de tensión, como la guerra en Ucrania, donde Rusia ha desplegado una estrategia de confrontación directa frente a la expansión de Occidente.

De igual forma, el intento de Estados Unidos por acercarse a Dinamarca y reposicionar su presencia en Groenlandia responde a una lógica de contención hacia Moscú y de control de rutas estratégicas. Así, lo que parece un gesto excéntrico —como querer comprar una isla— encaja en una dinámica estructural donde las potencias no solo compiten por territorio, sino por influencia política, recursos energéticos y control geoestratégico. En este contexto, el Ártico no es periferia, sino una de las nuevas fronteras del poder global. Durante esta semana, el vicepresidente de EE.UU., J.D. Vance, visitó Groenlandia con el fin de «informar» a Washington el estado de la Base Espacial «Pituffik», mismo sobre la que EE.UU. tiene jurisdicción.

Las potencias actuales están reconfigurándose para mantener el ejercicio de poder internacional. La gestión Trumpiana estadounidense apuesta a la expansión territorial para la adquisición de recursos naturales y la ubicación geoestratégica (comercial y militar) de Groenlandia (imagen de La Jornada).

Ante el actual escenario geopolítico, en el que las grandes potencias priorizan sus intereses estratégicos sin concesiones, los países del Sur Global enfrentan un desafío estructural que ha sido ampliamente analizado desde la Teoría de la Dependencia. Esta perspectiva, desarrollada por pensadores como Raúl Prebisch, Theotonio dos Santos y André Gunder Frank, sostiene que el subdesarrollo en América Latina, África y Asia no es una condición natural ni transitoria, sino el resultado de una estructura económica global en la que los países del Norte han consolidado su dominio a través de relaciones comerciales, financieras y tecnológicas asimétricas. A través de mecanismos como el intercambio desigual, la extracción de recursos y la subordinación financiera, estas potencias han mantenido a las naciones en vías de desarrollo en una posición de dependencia, limitando sus capacidades de crecimiento autónomo y autodeterminación política.

En este contexto, la cooperación entre los países del Sur Global se convierte en una estrategia clave para reducir su vulnerabilidad y fortalecer su autonomía. Las relaciones de cooperación Sur-Sur han ganado protagonismo en las últimas décadas como una alternativa a los modelos de desarrollo impuestos por las potencias del Norte. Organismos como el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y acuerdos como la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) buscan establecer lazos económicos, tecnológicos y políticos que permitan a estas naciones reducir su dependencia de instituciones controladas por el Norte, como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. Además, iniciativas como la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China han abierto nuevas oportunidades de financiamiento y desarrollo de infraestructura fuera de los esquemas tradicionales dominados por Occidente.

Esta necesidad de cooperación se vuelve aún más urgente frente a la posibilidad de que las potencias del Norte Global adopten políticas exteriores más agresivas y coercitivas. Estados Unidos, en particular, ha demostrado históricamente su disposición a intervenir, imponer sanciones y ejercer presiones económicas y diplomáticas contra gobiernos que desafíen sus intereses estratégicos. Desde bloqueos comerciales hasta desestabilización política, los países del Sur Global han sido objeto de diversas formas de represalia cuando han intentado trazar caminos propios en la escena internacional.

Por ello, ante un panorama de creciente incertidumbre y la posibilidad de nuevas tensiones globales, los países del Sur Global deben fortalecer sus lazos de cooperación, diversificar sus mercados, promover acuerdos multilaterales y reducir su exposición a medidas coercitivas impuestas por las grandes potencias. Solo a través de una estrategia coordinada podrán contrarrestar las estructuras de dependencia y avanzar hacia un modelo de desarrollo más equitativo y autónomo.

Una respuesta a “¿Trumpkraine? El acuerdo entre Trump y Putin sin Zelensky. La configuración de un mundo tripolar.”

  1. Avatar de ARACELI
    ARACELI

    Es como un juego de mesa, solo que aqui cada quien pone sus reglas, es un análisis muy completo y,

    complejo resultado hablando de poderes

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